Joaquin V. Gonzálrz

Sobre los Caudillos y La Rioja, dice J.V.González:

 

            “La imposibilidad que se manifiesta desde los primeros días para mantener la unidad de todas las provincias, y los sucesivos reengaños sufridos por cada una de ellas de llegar a la constitución definitiva, dio nacimiento a ese estado permanente de guerra civil”  (…)  “hizo surgir del fondo de las masas inorgánicas y sin orientaciones sociales ni políticas, pero bien perceptibles, los conductores propios, los tipos representativos de la fuerza colectiva y del instinto expansivo de cada uno de los núcleos distintos de regiones o provincias, que bajo el calificativo antonomástico de “caudillos”, ocupan el escenario rioplatense desde 1810 a 1851. Algunos de ellos, dotados de cualidades y virtudes ingénitas, heredadas o adquiridas, lograron sustraer su terruño de la obra de barbarización y disolución social a que llegaron otros, y mantener con no pocas intermitencias, aún durante el largo reinado dictatorial de Rozas, hasta el grado de constituir pequeñas repúblicas, con un tipo bastante desarrollado de gobierno representativo e institucional, como Buenos Aires, Corrientes, Entre Ríos, Córdoba, Tucumán; los más aislados  lejanos caen en poder de la tiranía personal, de la violencia y el terror, con los cuales se sobreponen y dominan a la horda que los sostiene y sigue a todas partes, y a los pueblos sobre quienes necesitaban fundar su poder.” (Joaquín V. González, El Juicio del sigloLa negrita es nuestra.

 

 

Sobre Dorrego:

            “La historia, personificada en la conciencia nacional de casi un siglo, ha dictado el fallo que pidió Lavalle, diciendo que el fusilamiento de Dorrego fue y será siempre ante ella un crimen funesto para la Nación, cuya sangre seguirá por mucho tiempo todavía obrando sus propias influencias en su psicología social, por la profundidad del daño que le infirió en su organismo de veinte años.”

            Y sigue:

            “La desaparición prematura de Dorrego, por su parte, fue para el país una doble e irreparable pérdida: arrebatarle uno de los hombres mejor dispuestos para gobernarlo; (…)  dando al sistema “federal” tan bastardeado y confuso en boca de los que lo explotaban y combatían, un sentido jurídico y político que la observación directa en los Estados Unidos le había permitido conocer de cerca durante su proscripción de 1816 a 1820.

            Su breve paso por la presidencia a la caída de Rivadavia, demostró sus cualidades de gobierno, cualidades de acción, de equilibrio  y prudencia que no le eran sospechadas en recuerdo de su pasado juvenil, porque reanimó y puso de nuevo en pie el impulso triunfante  de las armas nacionales, en la guerra con el Brasil, continuó sin ruidos ni vanagloria la tarea orgánica y reparadora de las finanzas y fuerzas del país, y pudo entrever la tendencia a la conciliación y a la inteligencia, de todos los caudillos, círculos e intereses divergentes de las provincias, que se habían opuesto a la sanción de las constituciones unitarias anteriores…”

 

            Dorrego había conocido la experiencia de la  progresiva “Unión” de los distintos Estados en la formación de la estructura jurídica basada en la autonomía de cada uno de ellos. Y traía una idea industrialista modernizante de los tradicionales saladeros de la Provincia de Buenos Aires.

 

Sobre la propiedad de la tierra:

 

            “La derogación del régimen colonial había destruído sólo el organismo político, pero dejaba en pie toda la substancia jurídica que le daba solidez”.  Y dice:

            “La realidad no obstante, era y debía ser muy distinta, como en la mayoría de los aspectos bajo los cuales se presenta la acción de Rivadavia y su escuela; la extensión del dominio privado del estado sobre las tierras concedidas sólo a título precario de arrendamiento o enfiteusis, cuando la efectividad del propio derecho soberano sería dudosa para el criterio de la época, no realizaba el estímulo deseado a favor de la inmigración pobladora, que solamente en cambio de una propiedad definitiva y absoluta podía lanzarse a desafiar las inseguridades y peligros de una colonización en tales medios y condiciones; y esta circunstancia engendró el segundo factor, el del acaparamiento de los “latifundios” por los propietarios nativos, y de preferencia por aquellos que se hallaban en más directo contacto con la acción gubernativa, militar o fiscal, y que por medios diversos podían resolver a mantener iniciativas, baldías o yermas vastas extensiones que más tarde sería base de cuantiosas fortunas territoriales.”

 

            “El factor económico y más específicamente plutocrático, entra a trabajar el organismo naciente de la sociedad argentina, y a determinar desde entonces las extrañas intermitencias, la morbosidad, las parálisis inexplicables que a veces aquejan al dinamismo progresivo de la Revolución en sus proyecciones orgánicas interiores.”

 

 

            “La crisis sangrienta del 1º de diciembre de 1828, que tuvo su desenlace en el patíbulo de Navarro, no habría sido más que el duelo definitivo entre la clase revolucionaria vencida y sacrificada, y la clase plutocrática o reaccionaria, dueña ya del porvenir, desde que la guerra de la independencia quedaba liquidada en sus efectos políticos en 1823, y desmontadas, por decirlo así las fortalezas de hierro y de sentimientos con las cuales fuera consumada.”