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Historia de la construcción del cable carril Santa Florentina
Historia de la construcción del cable-carril: el armado
Santa Florentina - Chilecito
Esta construcción se realizò con el sacrificio mancomunado de
un millar de hombres, para el traslado de los elementos para
levantar las torres, de los cables y luego para el armado de los
mismos.
Las piezas pesadìsimas eran transportadas al hombro y a lomo
de mula. Los cables tienen 36 mm de diàmetro (casi 4 cm) y pesan 7
Kg/mts, venìan enrollados en grandes carretes de 200 a 300 mts, de
modo que el peso total estan en los 2.000 Kg.
El transporte de estos cables se convirtiò en el trabajo mas
arriesgado y difícil. Los carretes eran transportados por grupos
especiales de “portadores”. Estos traicioneros cables amenazaban
al desenrollarse con tirar al abismo a los obreros que los
conducìan por las estrechas sendas.
Segùn la longitud del cable en el carrete, se hacìan grupos
de 60 obreros y si era necesario de 100 obreros para
transportarlos. Es imposible dejar de imaginar, al ver estas
estructuras armadas, los grandes riesgos a los que eran sometidos
estos hombres, los accidentes, los muertos que se ha llevado esta
obra. Tenìan que tener un temple suficiente para soportar el frìo
extremo, los vientos helados, el garrotillo, la anoxia, el vèrtigo
ante las quebradas anchas y hondìsimas, las cuestas sinuosas y
angostas, el apunamiento. Los factores ambientales y laborables
serìan los enemigos permanentes de estos hombres. Dicen que fueron
por 18 meses, pero ese tiempo fue para construir el primer tramo,
el más espeluznante fue el 2º, aunque se decía que en tiempos de
fuertes vientos suspendìan la obra.
La tarea de los ingleses, H.W.Cooper, Ing M.P.Hughes, W.V.
Treloar, tampoco debe haber sido fácil por la enorme
responsabilidad ante semejante obra, por conducir a tanta gente
con sus distintos caracteres y su afinidad por la bebida, después
de un trabajo tan arriesgado. Hay una intercambio de
correspondencia desde un campamento a la Oficina Central, entre
los ingleses, un mèdico y un tal Enrique M. Faure, sobre un obrero
que tenía licencia porque se habìa destrozado la mano y brazo
jugando con un cartucho de dinamita. Alcoholizados o no, en grupos
se comportaban como niños jugando con los cartuchos de dinamita,
como si fueran fósforos. Yo, que era un niño, robaba junto con mis
amigos estos cartuchos para jugar. Los encendíamos y los tirábamos
al agua, uno tras otro para que explotaran antes de llegar al
agua.
Y luego del traslado de los materiales, llegaba el trabajo de
colocaciòn de los mismos, sin mencionar la instalación de las
torres, levantadas al borde de los precipicios.
En los dos extremos del brazo de la torre de sostèn y en todo
el recorrido, sostienen el cable portador, donde por un lado suben
y por el otro lado bajan las vagonetas; estas a su vez, son
arrastradas de una estaciòn a la otra por el llamado cable tractor
o de tracciòn, de menor diàmetro. Este segundo cable, se colocò a
la misma altura y paralela al primer cable y debajo del cable
portador, porque traen peso. Està accionado por un motor a vapor,
y alimentado con leña del lugar y necesita 4 hs para tomar
temperatura adecuada y empiece a funcionar.
En cada estaciòn la transferencia de secciòn a secciòn està a
cargo de la habilidad de los operarios especializados.
Sobre el cable portador estan suspendidas las vagonetas,
mediante dos ruedas ancladas. Estas vagonetas, llevan, debajo de
su apoyo, una mordaza o quijada mòvil, que se abre mediante un
dispositivo especial y se cierra automaticamente; es decir en las
estaciones, las vagonetas descansan y corren sobre cables fijos y
para ponerlas en movimiento, un hombre, “el largador”, toma una
vagoneta y la empuja hacia el lado de la salida de la estaciòn,
imprimiendo igual velocidad a la del cable tractor, en ese
momento, se abre la mordaza de la vagoneta, respecto del aparato
acopiador, permitiendo la entrada del cable tractor, arrastrando
por consiguiente la vagoneta hasta la estaciòn pròxima. Aquì se
repite la misma operaciòn, pero a la inversa, esta se libera
automaticamente del cable tractor, siempre en marcha y es llevada
por el hombre al otro extremo de la estaciòn, entregàndosela
nuevamente al “largador” y asì susesivamente hasta llegar la
vagoneta a su destino, La Mejicana o Chilecito.
Después de toda esta imponente obra de ingeniería para
aquella época, sólo quedò unas gigantescas estructuras oxidadas,
como testigo de una época promisoria de esplendor para la región.
Las viejas vagonetas, algunas colgadas otras fuera de su carril,
de las construcciones algunos hierros, las màquinas de vapor, las
calderas, los discos para los cables, las ruedas impulsoras. Diran
que tienen un color marròn-rojizo opaco, horrible, que es un
espectro, yo diría que aún así me sigue emocionando su imponencia.
Las minas – los mineros:
Desde tiempos remotos, las minas estàn ahì. Despertaron la
codicia de nativos y extranjeros, muchos se llevaron los
minerales, pero ellas tambièn se llevaron muchas vidas.
Su presencia, durante su esplendor, atrajo a hombres de la
Provincia de La Rioja, y de otras provincias; extranjeros de
paises limìtrofes y europeos. Algunos venìan con sus familias,
otros solos. Dicen que en Chilecito llegan a vivir 25.000 a 35.000
personas y en 1970 habìa 11.000 solamente, siendo Chilecito una de
las ciudades con mas habitantes de la Argentina. Para tener una
noción de su importancia, el censo de 1895 arroja que la poblaciòn
Argentina era de 4 millones de habitantes.
Habìa muchos yacimientos aurìferos y de otros minerales en la
regiòn, pero “La Mejicana”, era el mas grande productor de oro y
plata en Argentina, por la perseverancia de los ingleses.
Los que van a estar siempre, son los pirquineros o lavadores
de oro, hoy su presencia depende del precio del oro. En aquel
tiempo bajaban con sus alforjas, algunos sin experiencia bajaban
pirita o el oro de los tontos; llegaban a Chilecito y los
esperaban los otros buitres, las salas de juego, los prostìbulos,
las mujeres, los bares.
En esa època trabajaron cerca de 4000 mineros en la montaña.
Arriba, como se le decìa comunmente, en los socavones. En el piso
se ven las vìas de trocha angosta por donde corrìan las zorras y
en su interior trabajaban los apires; algunas minas tenìan
parapetos de madera pero otras estaban libres.
Utilizaban los barrenos pateros (corto) que rompe la roca,
despuès el barreno patero seguidor (largo) y mas tarde del barreno
neumàtico; este manda aire a presiòn, el resorte se encoge y lo
larga con la misma energìa con que se encogiò.
Los accidentes:
Los accidentes eran frecuentes en todos los puntos de este
trayecto, en el establecimiento donde se procesaba el material, en
las estaciones, en las minas y durante el viaje.
Las vagonetas ya transportaban materiales como personal
obrero o personal jerárquico. Las vagonetas de los jerarcas tenían
una tapa para cerrar la vagoneta, iban como en una cabina, la de
los obreros, abiertas. Durante el viaje, por los vientos, las
vagonetas se balanceaban fuertemente y varias veces provocaban
pánico en los obreros, que se movían desesperados dentro de ellas
y hacía que se desmontaran del cable carril y caían al abismo. La
otra alternativa era utilizar las mulas para ir de una estación a
otra pero hay que confiar la vida a las patas de estos animales y
a su sentido del abismo, porque no pisarán en falso. Pisan seguras
y firmes.
Si caían a los grandes abismos, los cuerpos eran
irrecuperables, quedaban a merced de los buitres.
En la fundiciòn eran frecuentes los accidentes, afectaba a
pocas personas. Habìa quemados, lesiones oculares por chispas de
fundiciòn, traumatismos y eran atendidos ahì mismo, en el
establecimiento donde les practicaban los primeros auxilios, pero
si acusaban mayor gravedad o necesitaban tratamientos más largos o
por accidentes de mayor envergadura iban a Chilecito o a la
“Sociedad de Socorros Mutuos” en Cruz del Eje por amputaciones o
cirugìas mayores, cuando necesitaban ser cloroformados.
En cambio, los accidentes en las minas, eran por explosiones
o derrumbes dentro de las minas y podìan acabar con una tropilla
de obreros. Eran mucho mas graves porque afectaban a muchas
personas. He tratado de hablar con gente que presenció estos
accidentes y no han podido relatarlo. Solo conseguí horribles
muecas de dolor o llanto por el recuerdo y todavía cumplían con la
orden de los ingleses, la prohibición absoluta de hablar sobre el
tema con nadie.
Uno se imagina, se derrumba una mina, estan muertos o
quedaron atrapados vivos y heridos. El ruido, el polvo, las
heridas recibidas, ensordece, enceguece, duele y desespera a
todos. Se suspende el trabajo en todos los demás socavones, porque
lo primero que hacen es socorrerlos. Nace la solidaridad.
Està presente en mi memoria, porque fuì testigo, las escenas,
los movimientos cuando nos enteràbamos de un derrumbe, por las
comunicaciones telefònicas. La primera reacciòn es el azoramiento
y luego todos alarmados corren para un lado y otro, avisando de la
tragedia y despuès, la larga y angustiosa espera. Algunos, los que
podían, bajaban en vagonetas, pero en horas. Ante tal cantidad de
heridos, otros entonces, bajaban a lomo de mula o en carros y
tardaban dìas, porque lleva tiempo bajar y más con heridos. Los
administradores ordenaban a sus empleados no hablar de los
decesos, pero en estos casos era imposible no hablar, no
enterarse.
La muerte para mì, un niño, era estar o no estar, si estas
vivo te veo, si estas muerto no te veo mas y era la muerte que lo
habìa llevado. Los accidentados en las minas no eran mis parientes
porque la mayorìa trabajaba en la fundiciòn, pero no podìa escapar
del dolor que me causaba.
A la vera del camino, en un lugar abierto, se iban
aproximando la gente y nos disponíamos aislados o en grupos de un
lado y del otro, para dejar libre el sendero de tierra. Todos
aguzando el oido y mirando hacia Arriba. Sabiamos cuando se
estaban acercando. Los minutos eran horas hasta que los
divisábamos allá, muy lejos.
Todos estábamos ahí, parientes, vecinos, amigos, curiosos,
todos conocidos. La angustia se acrecentaba a medida que se
acercaba la tropilla, hasta que pasaban delante nuestro los
accidentados, los moribundos, los muertos, atados como fiambres.
Estàbamos parados, firmes, envueltos en un tràgico silencio,
interrumpido por algùn sollozo incontenido o un grito de dolor, o
un pedido lastimero de agua; con los rostros angustiados, las
miradas desesperadas, buscando un hermano, un marido, un padre, un
hijo, un compañero, ya les acercaban agua, una manta. Me invadìa
una inmensa tristeza, se me caìan las làgrimas ver pasar a estos
seres humanos. Es imborrable esta ceremonia y aùn hoy,
indescriptibles los sentimientos que nos embargaban.
Doy fe. Yo estuve allí.
Yo estuve
y padecí y mantengo
el testimonio
aunque no haya nadie
que recuerde
yo soy el que recuerda
aunque no queden
ojos en la tierra
yo seguiré mirando
y aquí quedará escrita
aquella sangre
aquel amor, aquí seguirá ardiendo
no hay olvido,
señores y señoras. . .
- Pablo Neruda