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Canto a La Rioja
Yo canté una vez, con lírico acento,
al amor, a la vida, a la ventura,
dando albergue fraterno al sentimiento
fontana virginal de mi ternura.
Yo me sacié del ansia que redime
al amparo de un manto de piedad,
y di al amor, lo eterno, lo sublime,
en un sueño febril de eternidad.
Ahora canto en lírico embeleso
a un amor que mi pasión convida;
canto de amor, de mi dolor confeso,
hogar de ensueño, Rioja de mi vida.
Rioja de Todos los Santos, Señora
de noble prosapia e ilustre linaje,
ñusta que viste mantones de aurora
y luce de noche estelar encaje.
Rioja de Todos los Santos, Matrona
del salmo vestal el rubio tesoro,
joya radiante de regia corona,
“esclava sentada en un banco de oro”.
Auras tempranas de soles teñidas
besaron tu frente, novia mimosa,
noches azules de estrellas bruñidas
de ensueños tejieron tu alma de diosa.
Llevas en lo profundo de tu entraña
el alma virgen de la raza indiana,
y como el noble escudo de la España,
la más recia apostura castellana.
Oh…! Rioja, cautiva de tus pesares,
fuente sellada de mi inspiración;
en el perfume de tus azahares
va la estrofa alada de mi canción.
-II-
Dicen viejas indianas tradiciones
que el Yacampis, otrora renombrado,
era un huerto augural de bendiciones
en un romance bíblico ensoñado.
Era el valle una Arcadia de leyenda
en idílico ensueño adormecido,
donde el amor rondaba en cada senda
en el embrujo de un edén florido.
El muro cóncavo cerril, adusto,
con ceño milenario enmarcaba
el “Valle Inmóvil”, señorial ly augusto
Que en efluvios de auroras se bañaba.
Escurría entre faldas serraniles
un cristalino arroyo serpenteante;
en sus aguas amantes pastoriles
refrescaban, ardiente su semblante.
El arco inmenso de proficua entraña
como en gracia de senos maternales,
filtraba en la llanura y la maraña
del Yacampis, sus hebras de cristales.
En la amplitud del Valle se estampaba
la suave lumbre de rubor de auroras,
y en remansos de tardes derramaba
el padre sol, sus fuentes promisorias.
Sobre campos de plenos horizontes
abre el cerro sus brazos fraternales,
en auroral matiz sobre los montes
y en plenitud de gracias vesperales.
Por espacios de montes y llanura
se infiltraba la vida en dulce calma;
n un candor de rústica ternura
dulcificaba su fervor el alma.
Pareciera que dioses misteriosos
en raudales de salmos augurales,
prodigaran al Valle prodigiosos
designios y destinos inmortales.
-III-
En añosos vestigios de leyenda
como en una simbólica portada,
el cerro enhiesto y majestuoso ofrenda
la Puerta señorial de La Quebrada.
En un primor de gracia, la montaña
se agrieta entre dos moles de granito,
sendero abierto en su rocosa entraña
donde vierte su azul el infinito.
Sendero que se escurre cual serpiente
entre faldas y ríspidas quebradas,
senda larga que arrulla la corriente
de un arroyo que brinca entre hondanadas.
Flancos de lomas de selvoso coro
cuyas cumbres escrutan el espacio,
matizan su verdor, en tardes de oro,
en un fulgor radiante de topacio.
Canta el arroyo su canción de vida
bajo el murmullo de follaje agreste,
y en un arpegio musical se anida
una estelar inspiración celeste.
De pronto la armonía se desplaza
en magistral prodigio de grandeza;
en perfiles de luz, mantos de gaza
cubren la sierra en mágica belleza.
Y ya subiendo la empinada cumbre
abre la roca su escabrosa vía:
del Sigur, Sanagasta, del Alumbre,
rutas de antigua data y nombradía.
La sierra se prolonga en arco tenso
como un bastión del recio Famatina;
en abras de verdor y azul intenso
refleja el sol matices de opalina.
Y así, en su inmensa proyección, Natura
espació por el Valle la belleza;
ensueño de la dicha y la ventura,
sortilegio de afanes y grandeza.
-IV-
Por Felipe II y su menguada
hacienda. Por su ilustre realeza,
Juan Ramirez dispone la jornada
que ha de extender el Reino de su Alteza.
Dos son las causas que la tropa hispana
a la aventura, intrépida se entrega:
el oro rubio y la conciencia indiana,
fuerzas pujantes en la ruda brega.
Son setenta “sujetos valerosos
De caudal”; ricos homes de Santiago,
que en la empresa se arriesgan, cautelosos
por el monte desolador y aciago.
Sobre la vega de la travesía
polvorienta, abigarrada e hirsuta,
escasa hueste la maleza abría
mascando el polvo en la doliente ruta.
Mientras la tropa avanza vacílante
por cruzados senderos espinosos,
la indiada del Yacampis, expectante
observa, desde cerros escabrosos.
Y en el silencio de la tibia tarde
de aquel 20 de mayo, resonaba
en el Valle, inesperado alarde
de ecos vagos que otro eco remedaba.
Era el eco cercano que animaba
la hueste, que entre zarzas se aproxima
rubor que en la montaña repicaba
como alerta de un mal que se avecina.
Y dijeron arúspices indianos
que por cauces profundos de la historia
nuevos amos, abstrusos soberanos
impondrían, tenaces, su victoria.
Plantado el palo de real justicia,
fue distribuida la extensión del agro.
al Yacampis invade la codicia.
en misterios de fe, surge el milagro.
Azotado por loca fantasía
cabalgando veloz en su quimera,
clava al tope en escabrosa vía
la insignia de su fe, con fe certera.
Al aletazo audaz y atrevido
de la soldada, en su anhelante ruta,
al indio arranca olímpico alarido
que en ondas rueda y el espacio escruta.
Más, de la entraña de la serranía
sobre el Valle s infiltra el “topa topa”
el godo avanza en la encumbrada vía
vertiendo espuma por su ardiente boca.
Es el genio sutil de la montaña
que desde siglos su tesoro acuna;
la tropa hispana en su atrevida hazaña
sangra al leve respiro de la puna.
-V-
Pasaron lo siglos …., y los tiempos vieron
surgir nuevos rumbos; surcos profundos
se los nuevos afanes que nutrieron
la entraña nueva de los Nuevos Mundos.
Por los desiertos campos irredentos
de La Rioja, ruedan sones de guerra.
La montonera abisma sus cimientos
en un empuje arrollador que aterra.
Es el instinto trágico, salvaje,
fuerza ciega que un sentimiento afirma;
el fervor insaciable del coraje
que en el sentir de Patria se refirma.
La recia envergadura de la raza
cultivada en la entraña de una idea
redentora, en fuerza se desplaza,
fuerza y nervio que un ideal procrea.
El ideal se templa en su pujanza
como el acero se fragua a fuego lento.
El ideal es ansia, es esperanza
que en fuego lento se afirma un sentimiento.
Es la Patria el dictado de su historia,
y en su historia, La Rioja es una hermana
noble, doliente, en majestad de gloria,
que como en sueños teje su nirvana.
Yo siento su ansiedad, en inquietud de espera…
El traginar viril de sus varones,
el esfuerzo infecundo, su quimera
de fecundar sus caras tradiciones.
Yo veo en su histórica apostura
el enhebrar fecundo de un ensueño.
Rioja mía, que en trances de amargura
cardas tu vida en ilusorio empeño.
En la esperanza que es rumor de ruego,
se anida sensitiva mi congoja.
El alma quema en saciedad de fuego.
Alma y congoja es mi querida Rioja.
-VI-
En la solemne austeridad de un rito
como una esfinge aduérmese en las horas
y el Velazco se embriaga de infinito
en un eterno desfilar de auroras.
En su doliente soledad serrana
Tiene el arco triunfal de su fortuna,
el naufragio de luz de la mañana
y el poema nocturno de la luna.
Silenciosa, nostálgica y huraña
En un místico empeño se arrebuja,
en el seno mural de la montaña;
y al amparo de un don cuasi divino,
en el oriente mágico dibuja
la visión secular de su destino.-