Poema la Casa

LA CASA DE LA QUEBRADA

 

A papá y mamá

 

 

 

 

Piedra sobre piedra era su sueño,

ella, abrigaba sus esperanzas;

y vinieron ásperos y duros inviernos,

mientras asomaban los primeros olivos.

 

 

El río sonoro encendía las noches

y acariciaba los primeros sauzales;

la montaña generosa y compañera,

tuvo al fin su amiga de granito y de niños.

 

Y los pasos del Viejo siempre,

trajinando el agua de riego

para las flores amanecidas de lapachos y de olivos.

El pan caliente de sus manos y el abrazo de mamá,

fueron llenando nuestros días de asombros,

de risas y de mesas compartidas.

 

Días de amigos de la Medialuna y de más allá,

con quienes fuimos enhebrando sueños de adolescencia

y descubriendo los primeros anhelos del amor.

 

Hermano: el granito nos reveló los misterios del cuarzo y de la mica;

y aprendistes a levantar la pirca indígena del diaguita,

que caminó iguales senderos de las quebradas.

Desafiamos la montaña y el aguilucho,

inalcanzable en la majestad del cerro conquistado.

 

Y llegaban los días del agua y de la risa,

la casa y el río se llenaba de alegrías amigas,

y de los primeros rubores por unas trenzas,

y las faldas pegadas del carnaval.

 

Y la Casa.

 

Cobijo de noches cerradas y misteriosas,

de tucus tucus y de sapos;

y el techo asombroso de la Cruz del Sur

y las Tres Marías.

 

El murmullo del río fue la canción que

acunaba nuestros sueños.

 

Y crecimos.

Y crecieron los olivos; los lapachos encendieron sus colores;

el sauzal fue el refresco de la siesta abrumadora y sugerente

de duendes y misterios.

 

Trepados a las higueras,

hermanas, hermano, primos, amigos,

cultivamos el afecto entrañable

que aún vive en la añoranza.

 

Cuando llegaban los días de Marzo,

una dulce nostalgia se nos metía en el pecho.

Y la Casa, de duro granito, atesoraba con ternura

nuestros recuerdos y alegrías hasta el próximo verano.

 

La montaña y el río nos veían partir,

y nos guardaban los felices secretos de nuestros días.

 

Y volverían cada año los sueños,

protegidos por la rigurosa rectitud de nuestro padre,

y el abrazo cariñoso de mamá.

 

Y la Casa, eterna como el granito,

guardará para siempre,

nuestros mejores días junto a ellos.