La casa de piedra de la Quebrada

En el camino a La Quebrada, antes de cruzar el primer puente del río Los Sauces, donde se encuentra hoy el Viejo Aljibe, está la casa que comenzara a construir mi padre poco antes de 1930.

 

 

Después de la construcción del muro de piedra del Dique en la “Garganta de los Sauces”, algunos picapedreros venidos de otras provincias se aquerenciaron en La Rioja. Recuerdo a Don Palacios, el de la Media Luna, donde los domingos del verano las familias se refrescaban en el recodo del río y en la sombra de grandes sauces., escapando del impiadoso sol riojano.

 

El terreno donde mi padre comenzaría la casa, estaba cubierto de la piedra de la montaña que se eliminó para reducir la curva del camino en ese punto.

 

Y comenzó el largo trabajo de hacer las bases de la casa, nivelando la pendiente que llegaba, unos cinco metros por debajo hasta el río, donde se edificaría la casa.

 

Fueron trabajadores que movieron todo el relave de la montaña, construyeron la pirca que rodea el camino hasta el día de hoy, mientras mi padre en sus treinta años con pico, pala y sus manos, acarreaba el material y cavaba los pozos para los primeros olivos y naranjos.

 

Un suelo duro y pedregoso requería hacer pozos y rellenarlos de tierra para que pudieran arraigar las plantas.

 

Y así comenzó la casa, desde el sótano; luego de desplazar unos metros el cauce del río, se hizo la base de piedra hasta el nivel de la primera pieza de la casa.

 

Los picapedreros comenzaron a tallar el granito de las rocas grandes para los cimientos y después darles la “cara” a los bloques que irían levantando las paredes de la casa.

 

En unos diez años se había llegado a construir un dormitorio, el baño, y tardaría otros diez años en levantarse dos piezas más. Mientras tanto, la cocina estuvo abajo, al lado del sótano hasta los años ’70.

 

Y allí transcurrieron los veranos de nuestra infancia mientras crecían los olivos, los naranjos, las higueras, el palo borracho que se puede ver hoy, las grevileas que abrazan la pirca y el lapacho plantado con nuestro padre en nuestra adolescencia.

 

Con mi hermano y mi padre debíamos regar las plantas, subiendo con baldes y tachos el agua desde el río y construimos las pircas que contienen al arroyo.

 

Sin electricidad hasta los años `70 nos alumbramos con el “Sol de noche” y los farolitos.

 

Un molino de viento de “segunda mano” se pudo instalar por el año ’57 en el aljibe del cual sacábamos a balde cada día el agua pura y cristalina. Y donde muchos años después, se construyera la planta de la actual fuente de agua del “Viejo Aljibe”.-

 

Toda la estructura de la casa de más de 100 metros cuadrados cubiertos y paredes de 40 centímetros de ancho y de 3,50 metros de altura, es de granito cortado y bloques de dos caras de un granito que hábiles picapedreros cortaron a lo largo de varios años de trabajo. Y así se construyó.

 

La casa y las cosas quedaban solas durante muchos días del año, lo que facilitó continuos robos y destrucciones; pero el granito eterno resistió el vandalismo y mi padre, hasta sus últimos días con toda nuestra familia pudimos sostenerla dificultosamente.

 

Y crecieron los olivos, las higueras, los naranjos, jazmines y rosas. . El pan casero, amasado por mi madre, se nos brindó en el horno de barro con el fuego de la jarilla y la leña que trajinábamos del cerro con mi hermano.

 

Y el arroyo se vistió con los sauces que plantara mi padre a su vera.

 

Esta es la Casa que ha quedado entrañablemente en mis mejores recuerdos.

 

Esa casa de nuestros largos veranos y numerosas siestas y tardes otoñales me inspiraron este recuerdo y este poema que dejo aquí.

 

(Carlos Ceballos, Buenos Aires 2021)

 

La casa en 1940 

La casa en 1950 

 

Living a la entrada de la casa

 

Sala y al fondo una habitación

 

Pasillo, a la derecha los dormitorios