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 Las batallas de Salazar

UNION DE RESIDENTES RIOJANOS

Acta fundacional de la Asociación  Unión de Residentes Riojanos - Registro: 3299371 NIC 52351160

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Las batallas de Salazar

LAS BATALLAS DE SALAZAR

Y LA GUERRA DEL PARAGUAY

 

El libro de Marcelino Reyes  Bosquejo Histórico de La Rioja adquiere particular  importancia en este período por cuanto Reyes que estuvo en la guerra del Paraguay como Teniente, y  llegó a La Rioja en Febrero de 1868 como Capitán. Relató los hechos desde su punto de vista político y militar; y era  subordinado a sus superiores: Coronel Vera, Julio Campos y otros militares cuando se desarrollaron los hechos que relata.  A continuación extractamos parte de su libro de este período de la rebelión montonera desde la muerte del Chacho hasta la batalla de Pozo de Vargas. Debemos decir que Robledo en Destino Montonero, toma su información en gran parte del Bosquejo Histórico.

 

“De todas las provincias argentinas respondieron al llamado del gobierno, hecho en nombre de la dignidad ofendida, siendo La Rioja una de las que recibieron con delirante entusiasmo la noticia de haber autorizado el Congreso Nacional, el 6 de Mayo de 1865, al Poder Ejecutivo para declarar la guerra al gobierno del Paraguay.

            Con este motivo en la capital de la provincia hubieron reuniones, serenatas y demás manifestaciones patrióticas, encabezadas por los principales ciudadanos, pronunciándose ardorosos y entusiastas discursos y ofreciéndose varios jóvenes de la primera sociedad riojana  a marchar voluntariamente al teatro de la guerra.” (Reyes)

 

Contingente de Catuna

“En el lugar de Catuna  Posta de Herrera, ambas poblaciones de la costa baja de los Llanos, se efectuaba sin tropiezo la reunión del contingente, cuya cifra ascendía a fines de Junio a más de doscientos cincuenta hombres, cuando en la mañana del 26 del mes referido el caudillejo oscuro e ignorado, Aurelio Zalazar, que regresaba de Entre Ríos, acompañando de peón  o capataz a don Carlos Angel,  aprovechando la ausencia de Catuna del comandante Don Ricardo Vera, atacó por sorpresa al piquete de diez soldados al mando del oficial don Balbino Arias que custodiaba el contingente en ese punto, dispersándolo, matando en seguida al juez departamental don Benaventura Fernández e incorporando a su partida los rendidos y dispersos, con los que formó una “montonera”, que más tarde llegó a tener más de trescientos gauchos a sus ordenes, que no solo saqueó y mató a pacíficos vecinos de los Llanos de La Rioja sino también del departamento Cruz del Eje de Córdoba.

(Al regresar el  Comandante Vera a Catuna, acompañado de un oficial y dos de tropa, fue asaltado en el paraje Pampa de Anzulón por una partida de la montonera de Zalazar, que en ese punto lo esperaba emboscada para asesinarlo; y después de una serie de escaramuzas en que dicho jefe  dos de sus acompañantes fueron heridos de bayoneta, logró escapar del peligro, no sin antes haber dadomuerte al jefe de la partida, un tal Villanueva. Después del episodio, el comandante Vera se incorporó al de igual clase Linares con una pequeña escolta en la Poste de Herrera o Hedionda de Abajo, como es también conocida por el hedor que despiden sus aguas, para ser en seguida ambos jefes derrotados en el expresado lugar.)

Atacado en la Posta de Herrera, el contingente que en ese punto custodiaba el comandante José María Linares,  por los sublevados de Catuna al mando del caudillejo Ascencio  Rivadera, fue también dispersado e incorporado a la montonera de Aurelio Zalazar, salvando el comandante Linares y su escolta de ser completamente desechos por haber trasmontado la sierra de los Llanos. Al descender a la parte occidental de la sierra el jefe expresado capturó en el lugar de Catunita al comandante Flores de las fuerzas de Zalazar, a quien hizo fusilar en el acto.

El comandante don José María Linares que era un militar aguerrido, práctico en el servicio de campaña y sumamente diligente y sagaz, aunque cruel y sanguinario, creyendo empresa fácil sorprender a la montonera en la Poste de Herrera, se puso en marcha desde Catunita (15 kilómetros de distancia) el 7 de Julio en la noche, ignorando que el gobernador de la provincia el 5 del mismo mes, al tener conocimiento de la reunión de la montonera y asalto y dispersión del contingente que debía marchar al teatro de la guerra – se había dirigido a los departamentos de los Llanos de esta capital, llevando a sus inmediatas órdenes la compañía del 6º de línea que comandaba el teniente primero don Lucas A. Córdoba, el piquete del 1º de caballería de guarnición en La Rioja y como veinte guardias nacionales de la capital, lo que ascendía a un total de 90 a 100 individuos de tropa.

            Más o menos serían las 9 p.m. del día referido, cuando Campos y Linares se encontraron en las inmediaciones de la Punta de los Llanos; y como la noche era oscura y fría se desconocieron con facilidad, trabándose sin más un ligero combate que pudo ser de fatales consecuencias a no haber sido reconocido en medio del fuego el gobernador Campos por la fuerza de Linares.”

 

La batalla de Pango

            Relata luego Reyes la persecución de parte de Campos y Linares a las fuerzas de Zalazar, dirigiéndose a Olta, llegando luego a Atiles a 6 kilómetros de Malanzán sin lograr alcanzar a Zalazar que marchaba a La Rioja, donde se esperaba la rebelión de Bustos, Angel y Alvarez.  Continúa Reyes:

            “La feliz casualidad de encontrar en Ampatá, a 40 kilómetros de la capital, una caballada que allí permanecía reunida, facilitó la rapidez de la marcha; y el 15 de julio en la madrigada arribaban las fuerzas legales a la ciudad de La Rioja al mando de su primer magistrado, casi al mismo tiempo que Zalazar con su montonera, en número de más de 300 hombres, se presentaba por el camino de la Costa Alta de los Llanos al frene de la capital en el lugar denominado Pango, a un kilómetro al Sud de esta, esperando la venida del día para atacar la plaza, en la persuasión de que Campos se encontraba lejos de aquí, y sin tener noticias que aquella estaba perfectamente guarnecida  preparada para la resistencia hasta que fuera protegida.

            A las 2 p.m. de ese día salió de la ciudad capital el gobernador de La Rioja, a la cabeza de 20 infantes del 6º de línea, a las órdenes del teniente primero don Lucas A. Córdoba, 20 infantes movilizados de Famatina a las del comandante don José M. Linares, 11 hombres del regimiento número 1 de caballería de línea y 10 guardias nacionales de caballería de la ciudad, al mando de los comandantes don Ricardo Vera y don Escipión Dávila, quedando la capital perfectamente bien guarnecida, como lo había estado antes de arribar el comandante Campos, con la guardia nacional.

            Llegado a Pango con su pequeña fuerza se encontró con el enemigo, que había tendido su línea de batalla de naciente a poniente, y tendió la suya paralela a cuadra y media de distancia, desplegando la infantería en batalla y en la misma formación de caballería, apoyada su derecha en aquella.

En este orden se comenzó el combate por una descarga cerrada de los infantes del 6º de línea, con el objeto de deshacer el frente del enemigo, a fin de que la caballería cargase con ventaja los grupos que se dispersarían lo que en efecto sucedió así, trabándose en seguida un reñidísimo combate, entreverándose la caballería de ambos combatientes, aunque siempre apoyada por la infantería la que pertenecía a las fuerzas del gobernador de la provincia.

Después de un combate que duró de quince a veinte minutos, se puso en completa derrota la fuerza de la montonera, habiendo dejado en el campo de la acción veinte muertos, porción de armas y caballos ensillados, cayendo además la caballada de reserva en número de ciento cincuenta animales. (parte oficial de Campos al coronel Tristán B. Dávila)

Además de Aurelio Zalazar, que se titulaba coronel y jefe principal, figuraba un titulado mayor Rufino Quijano, sastre de profesión, y un famoso salteador llamado Carmen Guevara, hombre de color que por lo desalmado y foragido dirigió el  combate, del que resulto herido de gravedad. Las pérdidas sufridas por las fuerzas legales consistieron en un soldado muerto y cuatro heridos, todos de arma blanca.”

 

Batalla de Olpas

            “Derrotada la montonera del caudillejo Aurelio Zalazar, este se retiró a los departamentos del sud en donde fácilmente se rehízo porque no fue inmediatamente perseguido después de desecho en Pango; e invadió el departamento de Cruz del Eje, limítrofe con La Rioja, cometiendo asesinatos, saqueos y violencias de todo género.

            De regreso a los Llanos fue batido en el lugar de Olpaz por el comandante don José M. Linares, quien llevaba a sus órdenes a los de igual clase don Ricardo Vera y don Nicolás Barros, con fuerzas de los departamentos de la capital, Famatina, Costa Alta y Arauco, en numero de 300 hombres aproximadamente. Días después volvía Zalazar a ser derrotado en la Piedra Pintada y después capturado en el lugar de Tasquín por el comandante don Ricardo Vera y remitido bien custodiado a la ciudad de La Rioja para ser juzgado por los crímenes ordinarios que había cometido. Su segundo jefe, el titulado coronel Agüero, fue muerto en singular combate librado con el sargento Ricardo Montoya; y el tercero de los ‘Coroneles’ don Juan Antonio Bamba, fue capturado en el Bajo de Tama e inmediatamente fusilado por orden del comandante Barros.

            El gobernador Campos se encontraba en la aldea de Olta, desde donde personalmente dirigía las operaciones militares, a la vez que organizaba una reconcentración del contingente de tropas que tenía órdenes del señor presidente de la república de remitir al teatro de la guerra del Paraguay, cuando tuvo conocimiento oficial de la completa destrucción de la montonera por la muerte de dos de sus principales cabecillas y captura de Aurelio Zalazar.”

            Ricardo Vera, José María Linares, Nicolás Barros y Gualberto Giménez (que luego se destacara en la guerra del Paraguay) fueron ascendidos a coroneles. Las medallas de oro y plata con que decidiera premiar la Legislatura a los oficiales y a Campos, fue rechazada por éste como gobernador y anulada dicha resolución.

 

Riojanos en la guerra del Paraguay

Tranquilizada la provincia pudo el gobernador Campos reunir en la aldea de Olta, quinientos guardias nacionales, remitidos de todos los departamentos de campaña para formar el contingente que el mismo gobernador en persona condujo al campamento de las Ensenaditas, en la provincia de Corrientes en número de cuatrocientos hombres de tropa, en los primeros meses del año 1866; sin más contratiempo que merezca mencionarse que el fusilamiento en el puerto de la ciudad de Rosario del sargento Luis Agüero, que dio un grito subversivo con ánimo de sublevar la tropa en momentos de ser embarcado para el teatro de la guerra.

En esta última ciudad fue nombrado jefe del batallón Cazadores de La Rioja el teniente coronel don Gaspar Campos y segundo jefe del mismo el sargento mayor don Gualberto Giménez; pero más tarde, en el campamento de las Ensenaditas, el mayor Giménez obtuvo pase para continuar sus servicios con veinticinco riojanos del expresado batallón al renombrado regimiento Nº 1 de Caballería de línea, cubriéndose de gloria en el combate de Estero Bellaco y la batalla de Tuyutí, el 2 y 24 de mayo de 1866, a la par de su bravo y denodado jefe el bizarro y caballeresco coronel don Ignacio M. Segovia.”  (Nota: en dichas batallas participó Marcelino Reyes).

            Prisionero de los paraguayos el infortunado comandante Campos, el segundo jefe del batallón Cazadores de La Rioja, sargento mayor don Francisco Fernández, fue nombrado su jefe principal y mientras duró la heroica campaña del Paraguay este batallón del ejército cumplió con su deber, haciendo honor a la provincia a que pertenecía, en todos los combates en que le tocó actuar, desde el pasaje del río Paraná al territorio enemigo, el 16 de abril de 1866, hasta la terminación de la guerra al finalizar el año de 1869.

(Leer en Destino Montonero de Robledo, el análisis histórico de este período)

           

            El Gobernador Teniente Coronel Julio Campos regresa a La Rioja a principios de Mayo asumiendo su cargo del 13 de junio de 1866.

 

            Se procesa por sedición en el Juzgado federal a los señores don Manuel Vicente Bustos, don Francisco Solano Granillo, doña Carlota Recalde de Jaramillo, don Carlos Angel y don Francisco  Carlos María Alvarez. En el juicio a Aurelio Salazar éste declara que “hallándose don Angel (don Carlos) en la concepción del Uruguay se les reunió don Carlos M. Alvarez, que también se dirigía a La Rioja, y en ese pueblo acordaron entre los tres que luego que llegaran harían revolución al gobierno del señor Campos … que efectivamente vinieron,  en el lugar del Chañar, antes de separarse acordaron que el declarante se encargara de reunir gente en los Llanos, y tomar el contingente que debía marchar a la guerra del Paraguay, y que Angel y Alvarez harían la revolución en la ciudad, y que el declarante vendría a apoyar el movimiento.” El mismo Zalazar declara a fojas 73 del proceso expresado, ‘que el fin que lo llevaba era colocar en lugar del gobernador actual a don Carlos Angel;’

            El juez de la causa absolvió a los acusados don Manuel V. Bustos, don Francisco S. Granillo, don Francisco Alvarez y doña Carlota Recalde de Jaramillo; y en cuanto a don Carlos Angel y don Carlos M. Alvarez los absuelve también, por ahora.”

            Carlos Angel, y los hermanos Alvarez se integraron más tarde a la rebelión de Felipe Varela.

            En páginas 238/239 de Bosquejo, se narra la invasión de una montonera al mando de Juan Bernardo Carrizo, Conocido como “Berna” Carrizo desde la Villa de Jáchal, en San Juan, a la población de Ñoqueve donde habría cometido asesinatos, y más tarde el apresamiento en los Llanos a los vecinos Posé Pío Fernandez, Gregorio Vera, Abelardo y David Ocampo y al anciano Patricio Llanos, arrancándoles contribuciones de dinero. Berna Carrizo es derrotado por la compañía 6 de línea al mando de Ricardo Vera y llevado prisionero a La Rioja, juzgado y sentenciado a muerte, confirmada por el gobernador Campos.

            Regresado Julio Campos del Paraguay asume el 13 de junio de 1866 y designa ministro general de gobierno a Guillermo San Román y oficiales mayores a Nicolás Carrizo y más tarde a Carmelo Valdés.  San Román volvía de Buenos Aires donde la Cámara Electoral había rechazado su nombramiento de diputado nacional.

            A fines de 1866 se produce la revolución en  Mendoza que involucrara a San Juan y La Rioja, y parcialmente a Catamarca y Córdoba. Los revolucionarios habían pertenecido al ejército de la Confederación del gobierno de Paraná, entre ellos, Juan de Dios Videla, don Manuel Arias, don Felipe Saá y don Carlos Rodriguez, los tenientes coroneles Manuel Olascoaga, don Pío Flores y otros jefes más, quienes habían derrotado a un regimiento de granaderos del ejército nacional que estaba al mando del ya teniente coronel don Pablo Irrazábal, el matador del Chacho Peñaloza.

            El 5 de enero las fuerzas al mando de Juan de Dios Videla invadía San Juan y en el departamento de Pocito, derrotan a fuerzas de Julio Campos en la Rinconada.

            Pablo Irrazábal había sido enviado al noroeste de San Juan en el conocimiento de la

invasión desde Chile de Felipe Varela.

            El 31 de enero de 1867 Campos derrotaba a la fuerza de Felipe Saá en El Portezuelo, en San Luis.

            Desde allí es enviado a La Rioja Pablo Irrazábal en apoyo al gobernador delegado Guillermo San Román.

 

Felipe Varela viene

            San Román convoca al Mayor de milicias Ezequías M. Bringas con fuerzas de la capital en Chilecito a las órdenes de José M. Linares quien dispone que marche a Guandacol en observación de los invasores desde Chile.

            En la Quebrada del Zapallar y en los Nacimientos tuvo un encuentro con el caudillo Elías Butiérrez dispersando el grupo montonero  con pérdida de varios muertos y prisioneros.

            El coronel Ricardo Vera reporta una invasión desde Córdoba al mando del caudillo Ramón Flores, haciendo retroceder al comandante militar del Departamento de San Martín, don Miguel Tello. El  coronel Vera persigue a Flores y lo derrota en un combate en Pozo Cercado

            En Guandacol mientras tanto se reagrupó una numerosa montonera luego del retiro de Ezequías Bringas a Chilecito.

            El gobernador San Román convoca al comandante de Arauco, Escipión Dávila (primo hermano de San Román)  a hacerse cargo de la guarnición de la capital.

            Pablo Irrazábal ya había llegado a La Rioja con instrucciones del general Paunero y el gobernador titular Campos con la misión de organizar las milicias de la provincia.

            Se produce una crisis con Dávila; éste libera a presos de la cárcel pública y se retira a su Departamento.

            El gobernador San Román designa a Pablo Irrazábal jefe superior y lo envía a Chilecito a organizar las fuerzas que debían resistir la invasión de Felipe Varela, que ya amenazaba Guandacol y Vinchina, y pone bajo su mando a Linares que había regresado con Bringas “desmoralizados” por la sublevación del batallón de granaderos que comandaba dicho batallón.

            La presencia del asesino del Chacho Peñaloza en La Rioja generaba un rechazo  generalizado entre los soldados de las fuerzas nacionales.

            Linares e Irrazábal reunidos en Chilecito resuelven volver a La Rioja. El 2 de febrero estalla una sublevación en los cuarteles en el batallón del mayor Bringas que provocó la caída de las autoridades legales. San Román fue salvado por Ricardo Vera y finalmente abandona La Rioja y se dirige a Catamarca acompañado por Irrazábal, Vera, el mayor Coria y oficiales de su fuerza.

            Reyes en su Bosquejo, reconoce el descontento “en algunos jefes como Ezequías Bringas y los comandantes Escipión Dávila y Nicolás Barros”  fomentados por el prebístero Juan Vicente Brizuela, Hermenegildo Jaramillo, Nicolás Carrizo y Carmelo Valdéz  y sostiene que se debía a “aspiraciones de predominio político” de ellos.

            Mientras tanto, Francisco Alvarez, Carlos Angel, Carlos M. Alvarez, Sebastián Elizondo, Javier Sotomayor, Gabriel Matínez, Aurelio Zalazar, Severo Chumbita, Martín Corvalán y otros, tomaban el mando de las tropas sublevadas.

            Carlos Angel es designado gobernador, Ricardo González ministro general quien fuera más tarde, secretario de Felipe Varela.

            El 18 de febrero llegaba a Chilecito el chileno Estanislao Medina, militar caracterizado, al frente de cuarenta paisanos sacados de las minas del Huasco quien organiza una comisión de vecinos para hacer una requisa de las casas de comercio. Su actividad les permite reunir más de 300 hombres de Famatina y Chilecito. Se dirige con sus fuerzas a San Blas de los Sauces donde se encontraba el caudillo Severo Chumbita con más de 100 hombres de milicias bien armados que el comandante Escipión Dávila puso bajo sus órdenes. En los Sauces se incorporan fuerzas de Catamarca ascendiendo el total de las fuerzas a ochocientos hombres.

            El 4 de marzo se avistaron las fuerzas de Medina con las del teniente coronel don Melitón Córdoba en la Villa de Tinogasta que era el jefe nacional con un batallón de infantería y otras fuerzas de Catamarca. El combate fue favorable a Medina y provocó el desbande de las fuerzas de Melitón Córdoba.

            El comandante Luis Quiroga, segundo jefe de Melitón Córdoba, el mayor Barcala, jefe de batallón de infantería, “valiente y reputado hombre de ‘color’, de educación esperada, y otros jefes y oficiales fueron tomados prisioneros y más tarde cruelmente fusilados por orden del chileno Medina, por disposición de quien fue entregada al saqueo la Villa de Tinogasta. El cadáver del comandante Córdoba se encontró castrado al siguiente día del combate, y junto con el comandante Quiroga fueron arrastrados a la cincha de dos caballos y sepultados en un médano.(Reyes)

            Conocido el triunfo de Tinogasta, Felipe Varela se pone en marcha hacia Chilecito.

            Reyes escribe sobre el relato que hace  Vicente Almandos Almonacid en su Folleto titulado (“Felipe Varela y sus hordas en la provincia de La Rioja, edic. 1869, Imprenta Eco de Córdoba”). En uno de sus párrafos, dice Almonacid:

“La víspera del día que llegó Varela, habían sido presos varios hombres pacíficos que se sabía muy bien no participaban de las ideas de aquel. Entre estos vecinos figuraba el que esto escribe, quien fue sacado de la cárcel para integrar la comisión proveedora de las fuerzas que se organizó en el mismo día de la llegada.

Esta comisión recibió orden de allanar todas las casas de la población y tomar, bajo razón y cuenta, cuanto artículo, conviniese o fuese necesario para vestir y equipar las fuerzas; para recibir las contribuciones de dinero que se impusieron a cuantos vecinos se conocían, no sólo como enemigos de la causa (era la expresión) sin también a los amigos; todo lo cual debía ser pagado en giros sobre Chile contra Nicolás Naranjo.

Francisco Alvarez figuraba como presidente de la comisión, pero no estaba conforme con los meldios violentos que se empleaban para crearse recursos; y gracias a él, algunas personas salvaron parte de sus intereses, pues, privadamente, les hizo dar aviso para que los ocultasen antes de principiar el registro de sus casas, y sus órdenes a los registradores (squeadores, mejor dicho), eran dadas de que algo se salvase y de que las familias fueran tratadas con respeto.”  Y sigue:

Alvarez dispuso que yo fuese a dar una satisfacción al general sobre la no existencia de aquel artículo  (suelas para cananas de los infantes) en la población. Fui y me recibió Varela con bondad por lo pronto; pero así que le dije que por más que se había hecho toda dligencia no se hallaba aquel artículo, se le erizó el pelo, se paró con la actitud de una fiera y me dijo las siguientes palabras, que jamás olvidaré: ‘Vaya dígale a ese doctor de m ….. (se refería a Alvarez) y a esa comisión de m….. que Felipe Varela sabe como se hace cumplir sus órdenes; que entregue suelas en este momento, y que si no lo hacen yo mandaré hacer cananas del cuero de ellos y de cuantos salvajes unitarios hay en este pueblo, y mándese a mudar de mi presencia antes que le mande dar cuatro tiros.’ Al recibir Alvarez este nuevo mensaje se fue a ver a Varela; no sé cuál fue el resultado de esta entrevista, pero cesó la exigencia por suelas.” (Folleto de A.Almonacid, pags. 11 a 13)

Carlos Angel que mantenía guarnecida la capital con ochocientos hombres bajo su mando se encuentra con Felipe Varela en Los Colorados.

Julio Campos se encontraba ya fuera de la provincia. Guillermo San Román, gobernador provisorio, era desconocido por el general en  jefe del Ejército del Norte, designado por Mitre, Antonino Taboada, quien con sus fuerzas se instala en La Rioja.

El 25 de marzo las fuerzas de Felipe Varela, con Carlos Angel y el chileno Medina y Severo Chumbita marchan por Chilecito a San Blas de los Sauces y por la vía de Mazán. El 9 de abril arriban a las Mesillas a 20 kilómetros de la ciudad de La Rioja. En ese lugar, según Reyes, son ejecutados a cuchillo los presos Fermín Bazán, Vicente Barros, mayor Barcala, teniente Balbino Arias y el anciano Fernando de la Vega, vecino de Famatina.

Luego de que el prebístero Francisco Aguilar, cura párroco del departamento Arauco absolviera al ejército en las Mesillas, Varela dispuso su marcha hacia la capital, “llevando a pié la infantería bajo un sol canicular y absoluta falta de agua, hasta el Pozo de Bargas, dos kilómetros al norte de la ciudad de La Rioja en cuyo paraje lo esperaba Antonino Taboada.

 

La batalla del Pozo de Bargas (o Vargas hoy)

            La célebre batalla ha sido descripta mil veces por la historiografía general y ha pasado a la historia como la última batalla de la larga lucha de los Caudillos riojanos, particularmente el Chacho Peñaloza y demás jefes de las montoneras que lo acompañaron, entre los cuales se destacara finalmente Felipe Varela. Pero veamos sintéticamente como la describe Marcelino Reyes, que llegó a La Rioja un año después.

            “La batalla del Pozo de Bargas  (era una represa de agua)  se inició a las 2 p.m.del día 10 de abril de 1867, después de un tiro de cañón a bala lanzado del ejército rebelde, que no hizo ningún efecto en las filas legales, y que tampoco fue repetido en adelante mientras duró la batalla.

            La infantería del ejército del Norte, en número de seis batallones, era casi en su totalidad compuesta de cívicos de Tucumán, entre los que figuraba en primera línea el batallón Río Colorado, cuerpo aguerrido y bien disciplinado, al mando de jefes y oficiales entendidos; y dos batallones de Santiago del Estero.

            La caballería la componían fuerzas de esta misma provincia, mal disciplinadas y con muy poca organización militar, que abandonó el campo de la acción ante la amenaza de ser atacada por la del enemigo, que al mando de Sebastián Elizondo, Severo Chumbita y otros jefes con reputación de valientes entre los rebeldes, les llevaron una impetuosa carga que la dispersó en distintas direcciones.

            El total de las fuerzas nacionales al mando del general Taboada, ascendió a poco más de 3.000 hombres, siendo las dos terceras partes de infantería.

            Solo el teniente coronel don Pablo Irrazábal, quedó en el campo de batalla acompañado de varios jefes y oficiales que habían arribado a la ciudad de La Rioja después de la derrota de la Rinconada y de una pequeña fuerza de caballería, única de esta arma que quedó organizada al mando de aquel valiente cuanto cruel y sanguinario jefe.

            El ejército rebelde se componía como ya queda dicho, de cuatro mil ochocientos hombres; mil y tantos de infantería y el resto de caballería, con dos piezas de artillería de campaña.

            En el combate murió el coronel don Lorenzo Soto, mayor don Manuel Ortega (chileno), capitanes Justo Palavecino y don francisco Carrizo y varios otros más, y después de cerca de tres horas de duro combatir el ejército rebelde fue completamente derrotado, dejando numerosos muertos, heridos y prisioneros, que fueron tratados con toda consideración.

            La persecución de los diversos grupos del enemigo que se retiraban del campo de batalla, no pudo hacerse en seguida por falta de caballería, pues ésta había sido dispersada.

            …. Esta batalla  como operación militar no reviste ninguna consideración en su conjunto o en sus detalles, que la hagan sobresalir de las demás libradas en estos últimos tiempos de la guerra civil; porque, el general don Antonino Taboada, que como militar era apenas una mediocridad, se redujo a rechazar al enemigo, esperándolo formado en línea de batalla desde la víspera de esta, sin varia la formación elegida en el mismo terreno en quje ella tuvo lugar; lo que fácilmente pudo y debió eludir Varela que tenía mayor movilidad, hasta que rehechas sus tropas de la larga y fatigosa marcha recorrida a pie, por un terreno en donde no había agua para aplacar la sed, estuviera en aptitud de combatir con éxito seguro. Terminada la batalla por la retirada en dispersión del ejército rebelde  el jefe de este regresó a las Mesillas con algunas fuerzas que se le reunieron, en medio de un aguacero torrencial que fue la salvación de tanto desgraciado que perecía de sed. Al día siguiente tomó por los campos al Oriente de la Capital y se dirigió por Patquía a Jachal, pasando a muy poca distancia de la población de Tudcum, de donde se le había ordenado retirarse al comandante Ricardo Vera la víspera de la batalla.

            Poco después se libraron combates en “el Durito” y Cuesta de Miranda donde Varela derrotó a los tenientes coroneles Martiniano Charras y José María Linares.

            El ‘chileno’ Estanislao Medina, segundo jefe de Felipe Varela, con un grupo organizado recorrió los departamentos neutros del Norte de La Rioja, y a su paso por las Campanas, dirigiéndose al departamento de Chilecito, asaltó en su propia casa al coronel don Tristán B. Dávila, hiriéndolo de muerte en su lecho de agonía de una manera salvaje.

            Finalizada la batalla de Vargas, Mitre encargó al general Octaviano Navarro, perseguir a Varela en las provincias de Catamarca, Salta y Jujuy.

 

La resistencia de Varela

            El general Antonino Taboada que permaneció un mes en La Rioja, ocupando y saqueando la Ciudad, envió a Pablo Irrazábal y Ricardo Vera a los Llanos y a José María Linares y Nicolás Barros a Famatina y Arauco, ya que se tenían noticias de que Varela y Medina se mantenían en ellos con fuerzas respetables y con muchos chilenos que habían sido incorporados.

            “En marcha a su destino, el comandante Irrazábal capturó a pocas leguas de la capital, a los jefes de la montonera Carlos M. Alvarez, Nolasco Herrera y don Sebastián Sotomayor, que se mantenían aún en armas con una pequeña fuerza por los alrededores del lugar de ‘Ampatá’. Los dos primeros mencionados fueron cruel e inhumanamente torturados hasta arrancarles la vida, por medio del bárbaro suplicio del ‘Cepo Colombiano’.

            Este asesinato atroz, ordenado por el teniente coronel de la Nación don Pablo Irrazábal, no fue castigado, como tampoco lo había sido el que este mismo jefe cometió por sus propias manos en la persona del ex general don Angel Vicente Peñaloza, el año de 1863 en la aldea de Olta.

            Los jefes que en clase de subalternos acompañaban al valiente cuanto cruel y sanguinario, a la vez que ignorante y rústico comandante Irrazábal, no pudieron impedir tan bárbaro suplicio. (El entonces teniente coronel don Pablo Irrazábal, que después ascendió al elevado rango de coronel del ejército nacional, era un ‘paisano’ obscuro, nacido en la campaña de la provincia de Buenos Aires, que no sabía leer ni escribir, pero muy valiente y buen patriota. – Reyes; Bosquejo histórico, pag. 259)

            El jefe del escuadrón de caballería se volvió indignado a la capital a poner en conocimiento del general Taboada el atentado salvaje, quien si bien reprobó el hecho, no juzgó conveniente castigar a Irrazábal.

            En los primeros días de Mayo, Taboada se retira de La Rioja con su ejército, llevándose animales, bienes, muebles y todo lo que pudo saquear durante su ocupación y hombres y mujeres prisioneros que dejó en el campo de concentración de El Bracho.

            El Gobernador Cesáreo Dávila, alarmado por una inminente invasión al mando de Sebastián Elizondo, abandona la capital y se instala en Capayán, Catamarca con su comitiva y quienes quisieron acompañarlo. Ordena a su sobrino Escipión que ocupe la ciudad con sus fuerzas y el 29 de mayo regresa, para volver a salir de la ciudad a refugiarse en Chumbicha ante la invasión de la montonera encabezada por Elizondo, Aurelio Zalazar y Gabriel Martínez con 200 hombres.

 

            El último capítulo del libro del Teniente Coronel Marcelino Reyes (Bosquejo Histórico …… pags. 258 a 276 con que culmina, y que titula “Persecución del caudillo Felipe Varela”,  es una descripción de las batallas y escaramuzas que se sucedieron después de la batalla del Pozo de Vargas. Allí relata episodios como la muerte de los ciudadanos Manuel Antonio Iribarren, Marcial San Román y Teófilo Carreño en el pueblo de Malligasta a manos de una partida de treinta gauchos al mando de Pedro Peñaloza, luego de un encuentro de tres horas y luego de que los nombrados se habían rendido y mas adelante relata la represalia que efectivizaron Linares y Barros por orden del gobernador Dávila, fusilando a  los presos Aurelio Díaz y Estanislao Carrión.

            Transcribe también en este capítulo otra parte del Folleto de Almandos Almonacid citado anteriormente que se refiere al teniente coronel Linares diciendo que le dominaba el “vicio del licor”  que Reyes mas adelante dice: “Linares tenía el detestable vicio de la embriaguez, lo que lo hacía cruel y sanguinario con sus enemigos, que eran numerosos.”

            Se refiere también a la bandera que llevara Varela, que se la llevó Taboada de la batalla del Pozo de Vargas, con la inscripción “Viva el batallón riojano! Constitución o muerte! Viva el ilustre general don Justo José de Urquiza! Abajo los negreros traidores a la patrias!”

            Testimonio que los historiadores deben esclarecer, sobre si el Chacho y Varela creían hasta el fin de sus luchas, que Urquiza aún  podría rebelarse contra Mitre. Aún en plena guerra con Paraguay, cuando ya Urquiza se había convertido en el principal proveedor de vituallas, alimento y caballos para la guerra.

            También escribe Reyes:

            No solamente banderas y cañones se llevó de La Rioja el ejército ‘santiagueño’, que obedecía a las órdenes de Taboada, sino que arreó (esta es la verdadera palabra) con todo aquello que fue de fácil transporte hasta su provincia como animales vacunos, caballares, mulares y yeguarizos; asnal, ovino, cabrío y porcino; trebejos y utensilios en general, como ollas de fierro, planchas, azadones, pavas, teteras, parrillas, trébedes, frazadas, cobijas, lana de colchones y almohadas; y hasta hombres, mujeres y niños, que fueron conducidos con esposas y grilletes al presidio del ‘Bracho’, sobre el Río Salado, en el territorio del Chaco Santiagueño. Y nombra a los hombres y mujeres secuestrados.

Era un golpe  más contra La Rioja que ya estaba diezmada en sus bienes y recursos luego de casi 50 años de guerra civil; su sociedad y sus familias divididas, sus hombres errantes en busca de sustento, y particularmente, todos aquellos que lucharon por la causa federal y los que eran llevados como soldados a las guardias nacionales, que desertaron para enfrentar al asesino del Chacho, el ya coronel Irrazábal.

 

 

            Dejamos aquí las citas del libro de Marcelino Reyes, por cuanto consideramos que la investigación sobre este último período, ¡un siglo después de dicho libro! que realizara el escritor riojano, Víctor Hugo Robledo, contiene documentación sobre la lucha de los caudillos riojanos después del asesinato del Chacho, que refleja con abundancia de testimonios, la heroica resistencia del federalismo riojano  y rechazo a la política de Buenos Aires sobre la guerra contra el Paraguay.