Los derechos de la mujer

Los derechos de la mujer

 

                En abril de 1919 Reyes expone  sobre “los derechos de la mujer” en una conferencia  pública propiciada por el Centro Liberal, ante una concurrencia de mujeres y hombres de la Ciudad. A pesar de la campaña contraria a su asistencia de parte  del clero riojano, Reyes saluda a los presentes y les agradece por la “valentía” de sus presencias.

               En el auditorio una de sus hermanas le acompañaba y otras le habían pedido que no abordara ese tema. Sus sobrinos, los de su hermana mayor admiradores de su tío, estaban en Córdoba, estudiando, dos de ellos medicina, otro ingeniería y abogacía el menor.

                En su introducción, decía.

                “Las sociedades marchan en su evolución del régimen del estatuto, del mando, al del contrato, de la voluntad. La civilización moderna se orienta más y más en el respeto a la libertad. Las sumisiones sólo son propias de los pueblos primitivos en donde se resuelven las cuestiones por el derecho del más fuerte, o por los prejuicios, no por los imperativos categóricos de la razón.

                Como consecuencia del régimen del patriarcado del jefe de la familia, del más fuerte, el hombre tenía derecho de vida y muerte sobre sus hijos y sobre su mujer. Esto ha ocurrido y ocurre en todas las sociedades primitivas: la más leve falta cometida por estos seres débiles les ocasiona penas terribles, inclusive la última pena, dada por el jefe de familia, y hasta por prejuicios religiosos.

                Luego de fundamentar históricamente la situación de la mujer en las civilizaciones precolombinas y en la Roma imperial citando a Alberdi la influencia en nuestro Código Civil, cuando prohíbe a la mujer ser testigo en los instrumentos públicos y en los testamentos, enajenar sus bienes propios sin consentimiento del marido; estar en juicio sin venia marital; se les prohíbe el ejercicio de la profesión de abogado en varias provincias argentinas, aunque tengan títulos habilitantes, sacados en una universidad de Estado.

                Cita a Stuart Mill cuando señala que la cultura femenina debe ser orientada en el mismo sentido que la masculina, para poner al sujeto en condiciones de poder bastarse a sí mismo, lo que en el caso se resolvería en la circunstancia de que desaparecido el marido pudiera ella sobrellevar por sí  el conjunto de las cargas, entre nosotros, letra muerta.

                Citando a Alfredo Colmo, profesor de la Universidad de Buenos Aires, expresa que ni en el hogar trabaja la mujer de las llamadas “de familias bien”: allí va se dijo con Alberdi que es muñeca, objeto de adorno, de placer, sin derechos, constantemente vigilada; cuando mucho se entretiene en tocar el piano o pintar; no sabe coser, cocinas, lavar, planchar, ni tener su casa en orden e higiene; se embadurnan de unguentos y sale al balcón. La mujer pobre argentina, casi sin derechos individuales, sociales o políticos –que la clase pudiente algo goza de ellos- soporta, eso sí, todas las cargas del hogar; ha heredado la triste condición de las indias: es ella la única, la que trabaja cotidianamente, pues el marido son más los días que ‘descansa’ (como lo llaman aquí) que los que trabaja, y es fama en La Rioja, el placer que se dan los esposos en golpear a sus mujeres ‘para que tomen amor al servicio’. Los expedientes en los tribunales llenos están de procesos de esta clase, en que ebrios o no, los maridos golpean hasta lastimar a sus consortes, tratándose de pueblo inculto.

 

                En esos momentos dos matrimonios se levantan,  le insultan a Reyes y se retiran de la sala; la dama, presidenta de la Acción Católica, exclama: “esto no lo vamos a permitir”.

                Reyes contesta;  en otros países la mujer tiene voto y puede ser elegida representante. En los Congresos pueden darse leyes de beneficio de su sexo, hasta el presente mantenido en más baja condición que el de los hombres quienes no han suavizado sus instintos primitivos de dominio del más fuerte.  Hay mucho que andar, sin embargo en este país, aun en las clases cultas hacia la conquista de los derechos civiles, políticos (de que carece en absoluto) e individuales de la mujer, no digo de la clase desheredada, del pueblo trabajador, donde es así, casi como una bestia de carga agobiada de trabajo y de ignorancia.

Y enfatiza: Estamos en el siglo de la razón, y es allí donde hay que llevar la cuestión, no al terreno de la fuerza.

                La conferencia continúa  y cita a Federico Engels en su libro “Origen de la familia, de la propiedad privada  del Estado” cuando explica cómo el apoderamiento de los medios de producción por el hombre –no su fuerza física- es lo que trajo el régimen del patriarcado, con el matrimonio monógamo (pero solo para el hombre), sustituyendo al matrimonio sindiásmico, o por grupos, de transición, y a la promiscuidad primitiva, cuando dominaba el matriarcado. Pues la causa de la sumisión de la mujer es el apoderamiento por el hombre de los medios de producción, quiere decir que aprendiendo la mujer a producir, a bastarse a sí misma, instruyéndose en ciencias teóricas y sobre todo prácticas, conseguirá independizarse, no para volver al matrimonio sindiásmico o al amor libre, que son perjudiciales a la familia, a la descendencia y al individuo, sino que, permaneciendo dentro  de la monogamia, se encuentre en pié de igualad con el hombre, y no sea éste polígamo en el hecho y sólo ella monógama; así pues será respetada de su consorte, y de la sociedad en general,  lo cual también lo conseguirá con el complemento indispensable  al saber bastarse a sí misma, o sea, con el poder del voto y derecho de ser elegida en legislaturas, para dictar leyes en defensa de su clase.

                Y cita cien años antes de lo que hoy aceptamos y se ha sancionado en leyes.

                “Si el casamiento basado en el amor es el sólo moral podrá serlo únicamente donde el amor persista. Mas la duración del amor sexual varía mucho, según los individuos, principalmente en el hombre; y la desaparición del afecto ante un nuevo amor apasionado hace de tal desaparición un beneficio, así para ambas partes como para la sociedad. Sólo que ha de ahorrarse a las gentes el pataleo en el inútil fango de un pleito de divorcio. Pero ya que por naturaleza propia el amor es exclusivista, aunque en la actualidad ese exclusivismo no se realice sino en la mujer, el matrimonio basado en el amor sexual por naturaleza suya es la monogamia.”

                Pero repetimos, esta monogamia, que trae la civilización, debe ser igual para ambos sexos, y no sólo obligatoria para la mujer; y ello se conseguirá cuando ésta adquiera poder de producción material e intelectual, y por ende, social y político.

                Así pues, se ve que la evolución social mirada del punto de vista del individualismo, ya del socialismo, ya del positivismo, o ya de la metafísica y teología, marcha hacia la equiparación de los derechos  familiares, jurídicos y políticos de la mujer con relación al hombre, y que este ideal lo conseguirá cuando instruyéndose, bastándose a sí mismo, e influyendo en la cosa pública, logre emanciparse del paters familias y del cura.

                Y culmina su “sermón laico” como llamaba a sus charlas:

                Que el hombre no viva tanto en la calle, y se quede un tanto en casa, y que la mujer no se mantenga tan sustraída a los asuntos sociales que le interesan de la calle y se esté enclaustrada en la casa. Y que dentro y fuera del hogar, se respeten mutuamente, ayuden y complementen. Nada de feminismo, ni de masculinismo, diré, sino humanismo. Estamos aquí, sobre todo, con la máxima social del gran Comte: “El amor por principio. El orden por base. El progreso por fin”.

 

                Finalizada su charla, algunos pocos lo felicitaban y otros se marchaban, impresionados por los conceptos vertidos. Alguno en voz baja, señalaba; este Reyes está influenciado por los maximalistas. “Citar a Engels el amigo entrañable de Marx.”

               

                La Iglesia riojana toma el asunto en sus manos; convoca a miembros conspicuos de la Acción Católica para accionar en contra de Reyes. Primero hablarían con alguna de sus hermanas, católicas asiduas a las misas y las obras de caridad con los pobres de la ciudad.

                Reyes había convocado a una reunión en la plaza principal para hablar sobre la Revolución Rusa, envuelta por ese entonces en una tremenda guerra civil.

                El grupo de veinticinco hombres y dos mujeres, reunidos en el promontorio que se había construido para el toque de la retreta de la banda del Regimiento en la plaza principal, escuchaban a Reyes hablar sobre la revolución rusa y el ataque de 23 ejércitos comandados por los generales del Zar,  apoyados por las grandes potencias que procuraban ahogar la revolución .

                Era demasiado.  La voz de Reyes era tapada por el intenso repicar de las campanas de la Iglesia y la vocinglería de un grupo numeroso de personas que rodeaban al grupo de “maximalistas” que lo escuchaban.

                Reyes guardaba las piezas arqueológicas que iba juntando en sus excavaciones que comenzara en Cochangasta, seguía por las Padercitas y finalmente llegaría a Sanagasta.

                En la esquina sudoeste de las calles San Martin y Dalmacio Vélez, donde vivía por entonces, exponía las piezas arqueológicas y los cráneos que desenterraba que lo llevaran a realizar estudios antropológicos sobre los primitivos habitantes de esa región.

 

                A través de la ventana de la esquina se apreciaban las piezas que amontonaba en estanterías y generaban el rechazo y el miedo de algunos que se persignaban a su paso ante semejante exposición.