Entre las breñas

Extractos de  un capítulo del libro inédito titulado “Quisicosas” o “Cositas de La Rioja”, estudio del alma popular o psicología del pueblo a través de su lenguaje, sentimientos e ideas, de César Reyes.  En Revista América Latina, enero de  1923. 

 

                “Metidos en un apacible, fresco y fragante vallecito de la serranía del Velazco, ño Pedro con ña Ventura, estaban de capataces en el puesto, ``El Cerro``, de un cuñado mío.

                Era ño Pedro un paisano de regular estatura y grueso, de tez morena, barba lampiña. Para mayor abundamiento diré que era flojo, como suelen ser los hombres del pueblo en esas campañas, todavía a lo indio, pues aún aquí, pasa como en la Tierra del Fuego con los fueguinos, al decir de uno de estos según Agustín Alvares en una de sus obras: ‘hombre sentate nomás y mujer hacerlo todo’. Ño Pedro a la orilla del fuego, casi siempre –que es frío allí sobre la cima del Velazco donde residía el puesto – pintando marcas y contando cuentos y mentiras, acompañados de risas por todo, la sacaba bien mientras que a la guapa de ña Ventura se la veía corretear volviendo las cabras al chiquero, cuesta arriba las lomas, por entre peñascos y saltos, ‘como si fuera de quince’, al paso que la pobre vieja tendría a lo muy menos sesenta de edad. Así  vieja, a pesar, era una perfecta cabrilla, que tiraba al monte, cual todas, ¡cómo habría sido en su juventud!

                Ño Pedro no tenía mas habilidad que contar cuentos, y cuando andaba farreado (ebrio) darle una buena tunda a su vieja. ‘Para que tomara amor al servicio, como dicen estos gauchos, y lo hacen con sus indefensas y servidoras mujeres.

                Naturalmente que chicos y  grandes, rodeábamos a ño Pedro a oir sus sabrosas mentiras, pues solo íbamos al cerro por descansar cuando las vacaciones veraniegas, a gozar del clima fresco y de la naturaleza pintoresca, en ese valle del Velazco, cubiertas sus lomadas de corpulentos y verdes biscos, talares y molares, a cuya sombra crece abundante la salvia, la menta, el romero, el cedrón, impregnando con su aroma la atmósfera; y la cristalina fuente convida arrodillarse entre helechos y musgos, para sorber la fresca agua, metiendo en ella boca y narices, y olvidarse así de tantos cumplimientos que trae la refinada cuanto incómoda ‘‘civilización’’ que le llaman y le llamamos los habitantes de ciudades.. Porque así es el hombre, en los pueblos populosos, compitiendo con sus rivales le da por ser super-hombre.

                Nunca me olvido los juegos de mi niñez en la estancia ‘’Musitian’’, solíamos jugar a los caballos; y yo no sé, siempre que la bonitilla Elena, la hija del capataz, le daba por ser la yegua zaina madrina de la manada, a mi  movíanme fuertes instintos de ser el fornido cuanto intrépido padrillo negro; ni titubeaba siquiera por lo del color, no estaba en mira el pelo, sino el ser macho. De este modo a las jugaditas, simulando a la naturaleza, muy a menudo se suele sacar el mejor partido de las cosas.

                Alrededor del fogón, sentados sobre troncos, o tirados de costado al suelo, entre las breñas, muy atentos escuchábamos la palabra del maestro de esa salvaje naturaleza.

                Decía, por ejemplo, que una vaca que tenía ‘’ñor’’ Fermín Funes, el del puesto ‘’Juan Caro’’, se la adjudicaba el ‘’gringo del Saladillo’’, sosteniendo éste, que la había robado aquél. Añadía ño Pedro, que a su parecer la tal vaca era de Funes puesto que Funes la tenía en su poder  - y esto que ño Pedro no conoce el principio de derecho que dice que en materia de muebles, la posesión vale por título.

                Y como se le dijera si al fin cual tenía razón; si el gringo del Saladillo, ñor Funes de Juan Caro, contestaba, refiriéndose a éste, a quien daba ya la razón: ’’Bueno, la verdar es que el hombre, también tiene razón a su modo’’.

                Ño Pedro era pues filósofo ecléctico, y en esa forma seguramente pensaría que la sacaba mejor…

                Y a la verdad que esta salida astuta del gaucho, esquivando de expresar francamente su pensamiento, esta irresolución o excepticismo, no deja de ser ya en ciencia ‘’una razón a su modo’’ puesto que ‘’las cosas toman el color a través del cristal con que se las mira.’’ Hoy está de última moda, el relativismo, filosófico de Einstein, y no obstante esto es bien viejo: toda la filosofía de la India, desde el  Veda,  las Leyes de Manú, y aún antes con el Egipto que se pierde en la leyenda, con Ermes, se fundan en ella, siendo uno de los axiomas básicos del Kybalión, el siguiente: ‘’como arriba es abajo, como abajo es arriba’’.

(…)

                Según dije, cuando yo la conocí a  ño ventura, tendría sesenta años, no menos veinte le llevaría adelantados, a cuenta, a  ño Pedro. Estaba ya completamente canosa, la boca hundida, y cuando reía –lo  que hacía muy a menudo, teniendo un carácter bastante jovial, y esta gente aunque sufra materialmente es resignada y vive contenta de su suerte, desde que tiene un horizonte bien limitado de aspiraciones – le parecían solo los dientes caninos, los incisivos ya habían desaparecido a fuer del asiduo combate con los fuertes alimentos montañeses de fibra dura las carnes, y de roer e hueso durante esa respetable existencia.

                Tenía mirada vivaz, centelleante, ojos bien grandes. De la boca me olvidaba decir que no era menos, casi se extendía, al reír, de oreja a oreja. Por lo tanto  ño Pedro no puede haberse enamorado sino de sus ojos. Porque además, tocante a su virginidad, no había caso; cuando la conoció, tuvo ya una hija, la rubia Isabel, alegre y simpática como su madre, a la par que fea. En esto también el paisano sigue de común las costumbres de los hombre primitivos; se casan los jóvenes con la ‘’vieja’’, mejor si ya tiene familia, así resulta más amor mas placer, y más ayuda como ocurre entre los onas de la Tierra del Fuego al decir de José S. Alvarez que los estudió ensitu, en su obre ‘’En el mar Austral’’; ‘’ningún joven juicioso se casará con muchacha inexperta, siendo de orden elija una vieja, así como las muchachas eligen de preferencia a los viejos’’.

                Era  ña Ventura ‘’un peine’’;  preguntábamosle de cómo lo había conquistado a su Pegro, y ella muerta de contento, riéndole el alma, contestaba: ‘’Vea niño, allá en Sañogasta peonaba yo, y debía todos los días acarrear a las casas, cogoteando, el agua de un arroyo con un cántaro puesto sobre mi cabeza. Al riacho acudían y con el mismo objeto las demás vecinas del pueblo, y también peoncitos, de modo que había juntas allá en el rincón del callejón, bajo los sauces llorones, en la acequia que atravesaba la viña de don Bonifacio, para entrar por la callejuela a lo de  ño Sindulfo.  Un día encontré allí un muchachito que estaba por levantar en su tina aquella agua mansa y pura, y lo comencé a conversar y ya me gustó de agarrármelo para mí- este es Pegro’’-

                De ese modo, pues, por obra de la casualidad, de la audacia de  ña Ventura, de la soledad de la fuente y del sauce llorón, que se prestaban para levantar corazones, es como  ñor  Pedro llegó a ser propiedad de  ña ventura –el documento público se lo dio después el señor cura  el gefe del registro civil.

                Ya maritalmente, vivía así contentísima con su Pegro en “El Cerro”. Las únicas rabietas que pasaba era cuando su hombre, ibase a la ciudad distante cuatro leguas, a buscar ‘’vicios’’, decía, y efectivamente que se costeaba en procura de vicios: la borrachera y otro más, según  ña ventura, porque ella afirmaba que su Pegro, tras de las farras con vino de la más pura uva de La Costa y Chilecito –dulce al paladar, fragante al olfato y tonificante al organismo- hacía el complemento de ‘’farrearse con mujeres’’, lo cual, especialmente, constituía para la pobre cariñosa vieja el mayor martirio, sintiendo sin duda de que ‘’!os celos son una cosa terrible!’’. Esto le costaba dolores de cabeza, y entonces decía que eso de los celos no podría sufrir.

                Se tomaba la cabeza, apretándola con las dos manos, pues le sobrevenía jaqueca, -y era la única enfermedad de que padecía- viéndose entonces precisada a ponerse parches porosos en las sienes.  Se le encendían los ojos como fuego, y se le nublaba la vista como si tuviera  nube- parecía bruja.

                Al caer el sol, cuando sus últimos reflejos al sepultarse en la montaña del occidente bañaban de tenue luz los valles del oriente, a esa hora en que más nítidamente se percibe el horizonte, ella contrita, macilenta, tomaba la sendita que va a la ‘’Loma de la Calera’’, desde cuya cima se distingue perfectamente ‘’el pueblo’’ (la ciudad de La Rioja) y el camino que va de aquí  al puesto, pensando poder divisar por esas caídas que riela el sol con tenue luz, la silueta de su Pegro querido, allá a la distancia encaminándose de regreso al rancho donde lo espera impaciente su amor.

                Si pasaban ya unas tres noches que su Pegro no volvía, ella ya no podría aguantar, y hacía viaje al pueblo a traerlo, malgrado lloviera o cayera piedra inundando los caminos o empedregando la cuesta la creciente con los bloques de granito que desploma cuesta abajo. Llevaba de paso, metidas en las arganas de cuero, sacando la cabeza, varios cabritos, mitad para sus patrones, mitad para negociarlos, haciendo así de una ida tres mandados. Esto aunque tuviera que soportar la tunda que su hombre entonces le propinaba, dado que ‘’iba a acabarle el gusto’’.

                Solía de esto ponerle la queja a ‘’sus amos’’, para que ellos lo aconsejaran a su marido; y  argumentábales con toda astucia, a mi cuñado que Pegro dejaba solo el puesto, sin cuidar de la huerta, de las vacas  de la majada, y a mi hermana le confesaba eso de los celos, motivado por la infidelidad de su esposo.

                Malgrado, pues estas contrariedades, la mayor parte de sus días,  ña Venura la pasaba muy contenta allí en esa serranía, entre el apacible silencio, el pintoresco verdor, el embriagador perfume, la mansa fuente, la suva brisa y los tiernos animalitos del monte de los altos biscos y frondosos mollares, con su cara mitad, allí solitos, como en un paraíso.

                El trabajo no la amedrentaba, al contrario, lo hacía con gusto por la parte que tocaba a ella y por la parte que correspondía a su buen amor –el  zánagno- pues ‘’era de fierro’’ y ‘’se había formado, contaba en el trabajo’’.

                Taloneando ligerito pues, con sus alpargatas colocadas de modo que le cubrían solo el empeine del  pié, dejando a la intemperie el talón, solía andar por entre las piedras, chancleteando. Era la que ordeñaba las vacas, bien temprano, al amanecer, cuando la alborada cobre de arrebol el verdinegro ondulante panorama de las lomadas. Enseguida daba de mamar a los cabritos, largaba la majada al campo, conduciéndola hasta cierta altura del cerro; y a la tarde cuando quedaban las cabras y ovejas entretenidas en pacer la hierba tierna de los tendidos prados en la cima de las truncadas y distantes montañas, ella era, por lo regular, que iba a bajarlas, haciéndolas tomar, a gritos retumbantes y acompasados, el camino del redil; y así entre saltos y tumbos por los peñascos cuesta abajo, pastora y majada  deslizábanse confundidas entre gritos y balidos, como si se precipitaran. Al ser contempladas desde la  ladera- danzando y cantando al abismo.

                En el resto del día hilaba y tejía, pues siempre su telar estaba armado. De esa urdimbre, salían vistosos peleros, jergones, frazadas y ponchos finos para el apero de su hombre y el mercado; y tal era su habilidad en esta industria heredada incàsica, que hsta finos cordobanes confeccionaba para el traje de su Pegro, que ella también cortaba y cosía.

                Luego atendía la cocina sin descuidar por eso el cultivo de hrotalizas-y por lo mismo.

                Finalmente las flores eran también de su esmero. Frente al patio de la casita sembrado de moles de granito, formó un jardín en el cual siempre respalandecían y perfumaban, los alelíes, los pajaritos, las siemprevivas, las recedas, las buenas noches, las multiflores, las madreselvas, y  hasta las tripas de fraile.    

(……)

                Ña Ventura era pues de esas mujeres a quienes dominaba los sentimientos biológicos, que viven para amar y de estas hay en todas las capas sociales. (…)

                Equivocada que haya estado  ña Ventura con su teoría exclusivista –quiero suponerlo- no lo sacó del todo mal; pues prescindiendo de las palizas que su hombre le prodigaba cada vez que se excedía en los celos, pudo así tenerlo sujeto ‘agarrándoselo para ella’’ desde su mas tierna infancia por toda la vida; pues cuando ña Ventura exhaló el postrer gemido en su lecho de muerte, su Pegro le respondía íntegramente. Fue después de viudo que no pudiendo ceder a sus tendencias de ‘’hacer la vida’’ a la parisiense, que se desposó en segundas nupcias con una largada de la mano de Dios, llamada ‘’la campo llovido’’ o la ‘’chaparrón’’ seguramente porque de ordinario solíase descolgar sobre ella algo así como un chaparrón de amores.  Solo la muerte pudo permitir que sea de otro.

                ¿Existe hoy estos tipos de mujeres amantes y laboriosas, en las ciudades? No muy común; aquí  el que usa de su derecho a nadie daña – es la máxima de moral que se aplica. Y con justicia a su modo, desde que ‘’la libertad debe ser igual para todos’’. O monogamia para ambos sexos, o poligamia también para ambos.

 

César Reyes